domingo, 23 de enero de 2011

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El poder de los niños autistas.

María dijo su primera palabra cuando cumplió ocho años: «Guapa». Juan no fue capaz de jugar con otros niños al 'pilla-pilla' hasta los nueve. Carmen aprendió a escribir a los quince. Todos ellos tienen un denominador común: son autistas que, cada día deben aprender a superarse a sí mismos.

Hay un antes y un después en la vida de estas personas y de sus familias. El punto de inflexión fue el año 2003, momento en que se creó la Asociación de Padres de Afectados del Trastorno del Espectro Autista de Cantabria (Aptacan), al que pertenecen 40 familias, y en que arrancó el colegio de Educación Especial El Molino, ahora situado en Cueto.

La presidenta de la asociación, Gema Lavín, y la directora del centro escolar, Sandra de Blas, coincidieron en afirmar que «la calidad de vida de estos niños no sería la mismas si no hubieran tenido la oportunidad de acceder a la escolarización combinada». Esto es, unos días en el centro ordinario y otros en el especial. La proporción depende de las capacidades de cada alumno. En la actualidad, el centro cuenta con 25 alumnos entre los tres y los 21 años, 18 de los cuales están en este programa que combina ambas posibilidades.

Hace diez años, los niños autistas o con Trastorno Generalizado del Desarrollo (TGD) acudían a centros especiales, pero no se relacionaban con otros niños sin discapacidad. Ahora «se ha demostrado el gran beneficio que les reporta y lo que avanzan al convivir en colegios ordinarios», señaló De Blas.

La integración es una de las claves para la evolución de estos pequeños en su camino hacia una vida normalizada e independiente, siempre dentro de los límites de cada cual. «Los autistas aprenden por imitación. En la mayoría de los casos, la inteligencia y la memoria no están afectadas, aunque hay que enseñarles todo. El aprendizaje no es innato como en el resto de los humanos», agregó la directora de la escuela. Por eso acaba habiendo una gran diferencia entre un chico que haya crecido en un colegio ordinario y otro que no».

Mientras que en el centro escolar aprenden a socializarse, en el de educación especial se «trabaja el contenido curricular. En una clase de 25 alumnos, un profesor no puede prestar la atención individualizada que precisan estos chicos. También se hace hincapié sobre las habilidades sociales. Aquí se imparte un aprendizaje a la carta. Puede que uno necesite mejorar en su autonomía personal y a otros haya que ayudarles a pasar a Bachillerato».

Lavín apuntó que «hay que tener mucha paciencia y confiar en ellos. Cuando mi hija María tenía seis años todavía no hablaba y yo estuve a punto de tirar la toalla. Pensé que ya no lo haría nunca. Pero, de repente, un día me dijo «guapa». ¡No me lo podía creer! ¡Qué orgullo y satisfacción sentí, madre mía!».

Esta madre asegura que «son capaces de hacer una infinidad de cosas, si bien hay que enseñárselo, de lo contrario ni podrán vestirse, ni comer solos o ir a la compra. Aquí lo aprenden». Además, «gracias a la convivencia con otros niños, a compartir patio, aula o comedor, copian la aptitud que hay que tener en cada momento. Eso es lo que les permite, por ejemplo, poder ir a una fiesta de cumpleaños y disfrutar como uno más. De lo contrario llegaría y se quedaría solo porque no sabría cómo actuar ni cómo se juega».

La presidenta de Aptacan y la directora de El Molino resaltan «la inmensa satisfacción que se siente con los logros de estos niños. Durante años estás machacando un tema una y otra vez, ya sea el habla, el aprendizaje de los colores o a jugar. Y el día que de repente, un niño de nueve años, por primera vez, pide jugar a sus compañeros al 'pilla-pilla', te llenas de alegría. Además, ves como ellos mismos van ganando en felicidad».

Lavín también cuenta cómo se sorprendió «y lo contenta que me quedé el día que, con una gran sonrisa y con una cara estupenda, mi hija María dijo que no podía ir al cole porque le dolía la cabeza. Era un mentirijillas, una picardía sin más. Pero en María fue todo un logro. La mentira no existe para ellos».

Para alcanzar este punto, primero hay que llegar a un diagnóstico. «Cuanto más temprano sea, más se va avanzar. Hay que empezar con la estimulación precoz desde el minuto cero», afirma Lavín. Con alivio agrega que «ahora, los médicos atinan mucho con el diagnóstico. Hace trece años no era tan fácil que acertaran». Recuerda cómo María «no respondía a los estímulos como el resto. Jamás se lanzaba a mis brazos o tiraba de mí para llamar la atención. No existía la comunicación. Con diez meses me dijeron que era hipotónica (bajo tono muscular). No aguantaba sentada ni sujetaba la cabeza, así que la llevamos a estimulación precoz».

Con el tiempo fue mejorando «y empezó a jugar y todo. O eso creía yo. Después comprendí que simplemente repetía las actividades que aprendía en estimulación, como colocar cubos unos encima de otros», señaló.

Algo en el interior de Lavín le dijo que su hija podía ser autista, «sin que tuviera ni idea de que era exactamente. Así que me puse en contacto con la Universidad de Salamanca, donde estaban impartiendo un máster sobre esta enfermedad. Recibieron a la niña encantada. Nos fuimos tres días y allí se lo diagnosticaron. Desde entonces, mantenemos el contacto a través de la asociación».

La presidenta de esta organización también consideró «muy importante cómo se comunica la noticia a los padres. Los médicos no sólo deben tener mucho tacto, sino que tienen que ser optimistas. Por ahora no existe una cura: ser autista no tiene por qué significar el fin. Los niños pueden conseguir cosas increíbles».

Las satisfacciones

La directora del centro puso el ejemplo de uno de los chicos del colegio que ya tiene 18 años y al cual están formando para cuidar caballos. «Estos chicos tienen una gran empatía con los animales, mucho más que el resto, sobre todo con los caballos, delfines o los perros. Este alumno en concreto lleva un tiempo colaborando con un picadero. Si todo va bien, nos servirá de experiencia y seguiremos sus pasos con otros».

A partir de los 15 años se comienza a trabajar las habilidades de la vida prelaboral. «Muchos pueden desarrollar un trabajo determinado, principalmente los sistemáticos, como en una cadena de producción, una peluquería para alguien muy concienzudo o cuidando animales».

Dado que en el colegio no hay aulas específicas para este tránsito a la vida laboral y adulta, se hace conjuntamente con la asociación. Lavín explica que «estamos en contacto con el colegio para que nos diga cuáles son las habilidades del chico. En función de éstas, le buscamos un educador. Uno no nace sabiendo, así que nos apoyamos mucho en otras organizaciones, como Feaps, la Obra San Martín, Aspace y otras. Nos ayudan muchísimo».

http://www.eldiariomontanes.es
20/01/2011

1 comentario:

Carolina dijo...

Hola, me ha gustado mucho tu blog, sirve de ayuda y para compartir sentimientos de familias que están en una situación parecida.

Saludos de Carolina.